Sobre No queremos cazar la noche de Carolina O. Fernández.

Jorge Terán Morveli1

1Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima, Perú

Correspondencia:

Jorge Terán Morveli
jteranm@unmsm.edu.pe
Fecha de recepción: 24/05/2020 - Fecha de aceptación: 24/06/20290

Carolina O. Fernández, poeta cuya labor literaria comienza en los noventa, pero que orgánicamente lo hace a partir de los años 2000, con poemarios como Una vela encendida en el desierto (2000) Un gato negro me hace un guiño (2005) y A tientas (2016) acabo de editar su más reciente poemario No queremos cazar la Noche (2019), sobre el que vamos a compartir nuestra lectura. En este, la voz poética, asume una posición feminista, en tanto, desde el título existe una clara negativa a una imposición que se formula patriarcal. No queremos cazar la Noche, como se verá más adelante, hace mención a la negativa a asumir la noche (el mundo, la sociedad) como un reto, y a la afirmación, a su vez, de vivirla de la mejor forma posible. Vivir, no sobrevivir. Los epígrafes, en general, serán bastante explícitos, como el de Anne Carson que abre el libro. Múltiples serán las imágenes y los sentidos de este, pero, a su vez, claros para comprender la poética de O. Fernández: el viaje, al aprendizaje, el mar, en sentido extenso, la vida. También, los epígrafes remiten, en su mayoría, a una serie de mujeres empoderadas, que van desde poetas hasta poseedoras de saber tradicional. Desde la lírica universal, hasta la peruana, incluyendo los saberes tradicionales.

Si bien en principio no hay delimitadas con encabezados, desde nuestra lectura, distinguimos, cuando menos, tres secciones, separadas por gráficos que marcan un continuum sobre la base de las constantes halladas en los epígrafes y ya comentadas, pero que establecen particularidades que iremos señalando.

La primera sección puede entenderse como una búsqueda y descubrimiento del yo, que apela a la memoria y a las imágenes de la naturaleza, de la casa, del campo; del salir al mundo, asumiendo este como el cuerpo. El mar, una vez más, es la metáfora que canaliza la búsqueda del yo, la dimensión interna de la voz poética. “Para llegar a mí / y descubrir mi orilla / arrancarme los albatros / más allá del misterio / lograr la escollera verde / viajo por dunas” (“Nombrar”, p. 14). Este descubrimiento del yo se correlaciona con la naturaleza, pero da cuenta, también –y será una constante- de la escritura, y de sus riesgos, de la dificultad de hallarse, en un mundo, todavía pequeño, pero conflictuado. (De allí el título del primer poema: “Nombrar”). Que, en otros poemas, se vincula con el padre ausente, la nostalgia y la infancia, el aprendizaje de la sensibilidad y la belleza, y la madre como centro del universo, tal como se aprecia en “Una madrugada de verano entre las calles”: “Mamá hablaba de la inmensidad de la creación, yo le contaba lo que veía al interior de los claros de Luna, aprendí a deletrear las nubes pequeñas y redondillas, y a descubrir fantasmales sueños…” (pp. 22-23).

La idea de la escritura se observa con mayor claridad en “Y las calles de París” que, se puede arriesgar, hace referencia a mayo del 68, o cuando menos, a la posmodernidad, al posestructuralismo, al cambio, ciertamente, pero también a la crisis del lenguaje. Desde allí, desde esta apertura universal, la voz poética no deja de hacer referencia al Perú. (Este mismo recuerdo se sostendrá en las otras secciones, en las que, por ejemplo, en el poema “Alguna vez los usureros del tiempo” las referencias a lo nacional y universal y los cambios del orden económico, de la dimensión pública a la privada aparezcan poetizados)

No es gratuito que la imagen que cierra esta primera sección haga referencia a una mujer de rasgos y ropajes amazónicos enmarcada por elementos de la naturaleza.

De esta manera, se apertura lo que hemos distinguido como la segunda sección. Como hemos señalado, existen constantes: el mar, el recuerdo, la memoria, la nostalgia, la naturaleza, la belleza, el lenguaje, así como los símbolos del aprendizaje y la libertad; “Era mi otro hogar / junto a los peces / libres de fronteras/ liberadas de la jaula escolar / del barrunto / la soledad / el barullo” se menciona en el poema “En este cielo parco” (p. 25).

No obstante, las búsquedas y desencuentros de la voz poética se van ampliando con una explícita referencia a elementos andinos, de lo que es clara muestra el poema “Mar cordillerano”. Los Andes que lo son todo, que se proyectan al mar, a la costa, a la selva y, obviamente, parten de la cordillera. No obstante, ya no estamos solo ante la búsqueda del yo consigo mismo, es el inicio del encuentro y desencuentro del yo con el mundo, con un mundo, una sociedad que afecta, que agrede en general, a la humanidad que la ha creado y con perverso énfasis en mujeres y niños. De allí el uso del llamado lenguaje inclusivo.

Las cartas para N comienzan a focalizar la cuestión de género y la violencia contra la mujer. Se apela a voces femeninas que dan cuenta de distintas actitudes que van construyendo un empoderamiento, ciertamente, a partir de situaciones límite, sumado a un espíritu que puede vincularse con la infancia y la fragilidad pero que va desplazándose hacia una vocación social, de denuncia, como en el poema “Sol candente en las entrañas”, en el que la poeta anuncia: “un niño o niña muere / cada diez segundos / apetencia de palmas / aurorales en el hombro” (39). O como en el poema “Qué has hecho de mí”, en el que la agencia femenina se impone al padre, al elemento simbólico de raigambre violenta “Pero en casa / se acabaron los reyes” (46), dice la voz poética.

La noche que, de alguna manera, simboliza el mundo, está allí, debería estar allí no para combatirla, no para cazarla, sino para vivirla. Más adelante se complementa esta imagen con el cuerpo; lugar de lucha, tal como enuncia la voz poética “Mi cuerpo / es decir mi país / es un campo de batalla” (“Mi cuerpo”, p. 48). Las referencias desde Guaman Poma hasta la actualidad establecen un continuum de dicha situación. Los casos de Máxima Acuña, Vicky Beatriz Quispe, Rosa Andrade, Eyvi Ágreda, poetizados por Carolina O. Fernández dan cuenta de esta situación y la necesidad de confrontarla.

El gráfico que da inicio a la tercera sección –o que cierra la segunda, pues en sentido estricto ambas secciones se encuentran claramente vinculadas- muestra a una niña, de rasgos y vestidos amazónicos, sobre una hoja, alzando vuelo, posiblemente junto con la hoja. Da cuenta del empoderamiento femenino. Y habrá de presentar un grupo diverso de mujeres, que no sigue, por lo tanto, un único modelo y que se desenvuelven en el ámbito social, que poseen agencia en un mundo patriarcal.

Una evidencia de lo señalado es el poema “Entre la umbría y la eternidad”, dedicada a Evangelina Chamorro, y cuyo centro, cuya historia de resistencia y supervivencia es poetizada por O. Fernández. “Evangelina parte con su madre por doquiera porque la vida es un eterno viaje” (p. 55); “Cuando todo parecía consumado / cuando todo parecía sin sentido / Evangelina se levantó / Échose a andar / con los brazos perfilados de amor” (p. 58), escribe la poeta. Los tiempos andinos y amazónicos se dan la mano ante esta mujer fuerte, que no se enfrenta exactamente con la naturaleza, sino que vive, sobrevive en un mundo apropiado por “la banca millonaria / y la banca nauseabunda” (p. 58). Pero, como hemos señalado, una serie de mujeres, con las características señaladas al comienzo del comentario a esta sección tercera, son convertidas en íconos: “Tallando el lenguaje” es un poema dedicada a María Lizeth Zenepo Sangama; mujer, artesana, poseedora del saber popular, tradicional; en el que se hace referencia al lenguaje, al tiempo, a la naturaleza, a la memoria. En esta sección, como hemos señalado, poseen agencia, se enfrentan de diversas maneras al sistema. De la misma forma, poemas como “Emily D” (i dedicado a Emily Dickinson) y “Trajes azules y mangüare” aran en esta propuesta.

Uno de los poemas que manifieste esta confrontación resulta “Tinkuy de brujas”. En él lo andino y lo occidental se desencuentra; en esa atmósfera punitiva, de prohibiciones, la mujer-bruja se resiste a lo oficial, en versos contundentes (“Señoras de fuego / viento /agua /valerosas /emperradas Micelas” (p. 69).

Todo ello se hace más explícito en el poema que cierra el libro, en el que el verso final sintetiza el poemario y la vez constituye un buen remate del mismo. La poeta escribirá: “Ellas no querían No queremos cazar la noche” (83). La voz poética, que siempre se intuyó colectiva, manifiesta su pertenencia a un grupo y el deseo, que es a la vez programa y acción, de revertir la situación.

Que esta lectura del poemario de Carolina O. Fernández sea una invitación a leer su poesía, a envolvernos en su lenguaje, que es el primer paso para que sus imágenes afirmen nuestras resoluciones o remuevan nuestras seguridades. Su escritura anuncia tiempos nuevos, brega por cambiar imaginarios, por cambiar mundos. Estamos invitados.

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